Se ha
propuesto el artículo El
síndrome de inmunodeficiencia social (El Mundo Orbyt, 2012), del filósofo y ensayista José Antonio
Marina, para la realización de una pequeña investigación documental, mediante
el análisis del texto, la selección de conceptos e ideas clave y la ampliación
de las mismas mediante el uso de diferentes fuentes.
Resumen y análisis del texto propuesto:
José
Antonio Marina nos habla de una enfermedad que aqueja a las sociedades modernas:
el síndrome de inmunodeficiencia social; esto es, la resignación, la sumisión,
la impunidad de las élites, la no-reacción ante cualquier tipo de actuación
deplorable. Este síndrome corroe el sistema desde sus cimientos y pudre toda su
estructura; cuando queremos darnos cuenta nos encontramos fustigados, flagelados
hasta la extenuación por esas clases gobernantes que han dejado atrás todo
límite moral, que se han olvidado de por qué la democracia —término que
puntualizaremos posteriormente— los ha puesto en el poder. Llega un momento en el
que nos acostumbramos a ese apaleamiento y ya no solo callamos, sino que
cedemos arrastrados por la corriente de lo cotidiano.
Marina
distingue, pues, dos tipos de sociedades: las sanas y las enfermas, y cita una
serie de fenómenos de los que adolecemos —nosotros, nuestra sociedad— como
sintomáticos de pertenencia a ese segundo grupo. Así, “la proliferación de
casos delictivos en el mundo político, y en el mundo empresarial, la quiebra de
la confianza en las instituciones, la desmoralización” nos hace, a todas luces,
una sociedad enferma, corroída, al borde de la putrefacción. La aceptación de
tales males, la pasividad ante las atrocidades del día a día, es el culmen de esta
terrible convalecencia a la que estamos sometidos.
Estudiando
las causas de esta inmunodeficiencia
social, Marina concluye en varios factores que “disminuyen las defensas del
organismo social”. En primer lugar, cita “la carencia de pensamiento crítico”, que ha debilitado la tan reputada democracia
parlamentaria convirtiéndola en un irrisorio sistema, apenas tenue reflejo de lo
que un día fue su planteamiento teórico, donde el debate y la participación
ciudadana representaban dos de los pilares fundamentales de poder.
A esa inutilidad crítica podemos sumar una
serie de creencias patógenas, comenzando por “la convicción de que todo
desafuero queda impune” y “la creencia en la inevitabilidad del fenómeno”. En
esta aceptación como normal y común lo que, a todas luces, no debe serlo,
convergen dos ideas independientes comúnmente extendidas: una, que así es la
naturaleza humana; otra, estamos asistiendo a una consecuencia inevitable del
sistema. Pero, tal y como dice Marina, ambas ideas no son más que excusas,
¿para qué esforzarse contra aquello que no tiene remedio? Surge en este momento
el término impotencia confortable,
esa que nos hace a todos cómplices y no únicamente víctimas de esta sociedad
enferma.
La
tolerancia es, en contra de lo que pueda presuponerse por todas las
connotaciones positivas que el concepto lleva implícito en sí, una cualidad
que, aplicada a estos males con los que parecen querer obligarnos a convivir,
no hace sino ir en detrimento de nuestra sociedad, permitiendo que toda clase
de comportamientos deshonestos se manifiesten sin límite. Debemos tener la
obligación de ser intolerantes y juzgar lo injusto, de diferenciar lo correcto
de lo incorrecto y denunciarlo.
La cura
a esta enfermedad pasa por diferentes remedios. Uno, el castigo ejemplar; otro,
fomentar el pensamiento crítico, la reflexión. La participación ciudadana pertenece
a esa serie de antídotos imprescindibles para erradicar las dolencias que
padece nuestra sociedad, menguando, por lo tanto, el enorme abismo que ha
querido abrirse entre la sociedad política y la sociedad civil. “El Estado es
una estructura para ejercer el poder, que emerge de la sociedad y se impone a
ella. Y que la sociedad debe controlar”, dice Marina.
En la
farmacopea contra el síndrome de inmunodeficiencia social debe figurar una cura
más: la defensa de un marco ético, sin el cual las cuatro instituciones sobre
las que hemos erigido nuestro sistema de convivencia y progreso —democracia, tecnología,
racionalidad científica y mercado libre—, no se sustenta. Aplicar un libre
albedrío total a estas instituciones desembocaría en una suerte de caos
destructivo para el ser humano. “La ética es una norma suave y eficiente de
coacción social. La intolerancia hacia las conductas inmorales debe ser total,
porque rompen la estructura misma de la convivencia”, proclama Marina.
El
culmen de estos remedios esenciales pasa por la repulsa social, donde los
anteriormente mencionados convergen como forma de canalización y expresión
pública. “El desprecio social, el aislamiento, el rechazo, el aplauso, la
protección a quienes actúan éticamente”, así lo enuncia Marina. La educación
es, sin duda, parte imprescindible de
esta terapia que urge aplicar.
Mi
análisis final de este demoledor artículo parte de una serie de interrogantes:
Y ahora, ¿qué?; cuando todo parece escapar a nuestro control, cuando nuestros
dedos no pueden si quiera rozar esas élites que nos gobiernan, ¿cómo debemos
actuar? Bien, ha llegado la hora. Este es el momento, tenemos la oportunidad de
parar esta corrosión. Salgamos a la calle y gritemos. Tenemos el poder de decir
basta.
Claves y amplicación de las mismas:
·
En su artículo, José Antonio Marina habla de “la proliferación de casos
delictivos en el mundo político, y en el mundo empresarial, la quiebra de la
confianza en las instituciones, la desmoralización” en nuestra sociedad. Para
ampliar esta afirmación, sin duda acertada, he querido allegar datos concretos.
A 27 de septiembre de 2011, y con la vista puesta en
las elecciones generales del 20-N, se recogía en el blog davidllaba.com/blog
—aclarando que esa misma información circulaba por diversos sitios online— una lista
con un total de 127 políticos imputados por casos de corrupción que concurrían
en las listas. El diario 20 minutos, en su edición
digital, publicaba en junio del 2008 un extenso informe sobre los escándalos
urbanísticos clasificados por Comunidades Autónomas. En el wiki de #nolesvotes, podemos
encontrar un mapa de la corrupción en nuestro país, así como una tabla con los
casos más importantes, aportando diversas fuentes documentales para contrastar la
información. Un año más tarde, Lavanguardia.com
titulaba: “La Justicia tiene abiertas 730 investigaciones contra cargos
públicos por corrupción”.
Respecto a la confianza de los ciudadanos, según el
Barómetro de Confianza Edelman, la confianza de la población española en el
Gobierno se sitúa en un 20%; además, han situado en una media de 8% los
resultados en relación a las expectativas que se tenían del mismo. Siguiendo
esta línea, en junio de este mismo año ecodiario.elconomista.es
publicaba un artículo basado en los resultados de la encuesta Metroscopia,
resumidos en el titular “Las principales instituciones democráticas en España
rompen la confianza ciudadana”. Además, los ciudadanos españoles valoraban su
confianza en los partidos políticos en 3’4 puntos en una escala de 10, en el
Gobierno Nacional 4’5 y en los sindicatos 4’1, según el Estudio European Mindset
para la Fundación BBVA.
· Posteriormente, Marina hace referencia al
término capillita, concretamente: “Los argumentarios de los partidos me parecen penosos
porque fomentan la pereza de la inteligencia y el gregarismo sectario. Una
especie de pensamiento único de capillita”.
Desconociendo el significado de tal expresión, he encontrado en la red su
correspondiente definición: “[…] persona, hombre o mujer, que visita todas las
iglesias y capillas de Sevilla, sabe mas que nadie de cofradías, cuenta el
tiempo de la chicotá de tal o cual paso y el tiempo justo en que se quedó el
"corneta" de la banda tocando un solo que se mete por los oidos y te
deja sordo para una semana.” (Teodoro-gallo, 2011). Por lo curioso del asunto,
añado el link
a un artículo del blog Costaleros Mayor Linares, titulado “El Capillita....ese
ser intuitivo,trabajador y poco agresivo [sic]”.
·
En relación al concepto creencias patógenas, el mismo José Antonio Marina amplía “Las
creencias patógenas comparten una serie de elementos comunes, según Beck: 1)
son inferencias arbitrarias: conclusiones firmes sin evidencias que las apoyen,
2) usan una abstracción selectiva: valoran una experiencia por un detalle,
ignorando otros más importantes, 3) generalizan excesivamente: de lo particular
extraen una creencia general, 4) magnifican o minimizan: lo perjudicial se
agranda y lo digno de orgullo se reduce, 5) provocan pensamientos absolutistas
o dicotómicos: clasifican todas las experiencias en categorías opuestas y
absolutas, adjudicándose la categoría negativa.”
·
Buscando información sobre castigo ejemplar, uno de los primeros
resultados me dirigió a La Decimiato, una
clase de castigo ejemplar aplicado en la Antigua Roma y que consistía en la
diezma de las tropas.
·
Respecto al informe Crick, Marina explica que se
trata de un informe realizado en Reino Unido, para el cual consultaron a
numerosas instituciones y personas, e hicieron un análisis sobre la necesidad y
las dificultades de la introducción de la Ciudadanía dentro del currículo
educativo. Sobre el programa Eurydice, nada mejor que visitar la página del
ministerio: http://www.educacion.gob.es/eurydice/que-es.html
·
Ante mi ignorancia histórica, me he visto
obligada a documentarme acerca del personaje de Herodoto, que Marina cita en su
artículo, quien fue un historiador griego conocido hoy como el padre de la Historia.
·
Por último, gracias a este artículo de
Francesc Miralles, he podido descubrir la autoría de la frase del famoso
grafiti al que Marina se refiere en la conclusión de su texto, “Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores”, que resulta ser del
religioso, escritor y poeta español Pere Casaldáliga.